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Quería ser astronauta.

Se escuchó una aclamación de todos en la mesa. Entre risas y aplausos, mi sobrino de 4 años (creo…), dijo que de grande quería ser astronauta. El orgullo de mi tía no se hizo esperar y empezó a presumir, como lo hacen todas las madres, las grandes metas que tenía su hijo, y lo mucho que iba a conseguir de grande. No pasaron ni dos días antes de que le compraran su traje de astronauta y un casco de los mismos usados por la NASA.


La confianza de mi sobrino estaba por las nubes, seguro de que podría conseguir lo que fuera en esta vida. Pero, adelantémonos unos 14 años en la vida de mi sobrino.

¿Qué vas a estudiar? ¿Qué vas hacer? Se escucha a través de la mesa en una comida familiar. Una voz tímida, insegura, sin mucha confianza en sí misma, responde “quiero ser astronauta”, bueno… al menos eso fue lo que pensó. En verdad responde, “lo mismo que mi papa, quiero estudiar derecho”. Todos los sueños y todas las metas, de las cuales su mama presumía cuando era chico, murieron en ese instante. Y, ¿por qué?


¿Por qué cuando somos chicos cualquier sueño es posible? ¿Por qué cualquier meta es obtenible? ¿Por qué no hay límites a lo que podemos lograr?


Conforme vamos creciendo, los aplausos y elogios se convierten en algo distinto. Se convierten en cuestionamientos, en preguntas, en razonamientos de cómo eso no es posible. De cómo, solo aquellos que tienen un “no sé qué” tienen derecho a esas vidas. De cómo, solo los elegidos por un poder superior pueden aspirar a conseguirlo.


“Quiero ser astronauta” se convierte en tan son solo un sueño lejano, una meta no realista, en un mundo imaginario imposible de alcanzar. Pero quiero decirte algo, eso no es cierto.


“Quiero ser astronauta” se convierte en tan son solo un sueño lejano

No es cierto si estás dispuesto a sufrir por lo que quieres.


No es cierto si estás dispuesto a trabajar día y noche mejorando cada día más.  


No es cierto si estás listo para escuchar a la gente que te hace dudar, a la gente que te critica, a la gente que te juzga, y sigues adelante.


Pero, es tu responsabilidad y de nadie más tomar acción.


Porque, ¿cuál es la alternativa?


Ir día tras día a un trabajo que odias.


Repetir “gracias a dios que es viernes” cada semana, y sentir que te lleva la chin... el domingo por la noche.


Vivir para los fines de semana, sin darte cuenta de que dejaste de vivir al hacerlo.


Aun si no funciona y fallas, lo intentaste. Tiene mucho más valor aquella persona que lo intento y fallo, que aquella que nunca lo hizo. La persona que no lo hizo ni siquiera piso el campo, ni siquiera hizo un swing ante esa bola rápida. Como dijo Wayne Gretzky, jugador de hockey sobre hielo, “fallas el 100% de los tiros que no tomas”. Todo es más fácil desde el asiento del espectador.


“fallas el 100% de los tiros que no tomas”

No es su culpa, simplemente son sus inseguridades, son sus miedos, son lo que a ellos les toco vivir porque no tuvieron el valor de hacer lo que realmente querían.


No necesitas permiso de nadie. No necesitas esperar a que alguien te diga que está bien o mal lo que estás haciendo. No importa si es tu mamá, tu papá, hermanos o amigos los que no aprueban lo que estás haciendo. No puedes permitir que los límites de los demás te detengan.


Les asusta que lo hagas.


Les asusta que les demuestres que era posible.


Les asusta ver que su vida pudo haber sido distinta si tan solo se hubieran atrevido.


es tu responsabilidad y de nadie más tomar acción.

No es tu tarea complacerlos. No es tu misión ocupar el rol que ellos esperan que tomes.


Da el primer paso.


Falla. Aprende.


Toma acción.


Y nunca te detengas.


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